¿Veis las primeras cuatro fotos? Así estaba la pala antes de poner el cambio. Del poco material del que disponemos, la pala era, con mucho, la que peor estaba. Entre otras cosas, porque un antiguo contraataque que había en esta galería se hundió sobre ella.
Antes de moverla para instalar el cambio que ya habéis visto, fue necesario elevarla con un gato, ponerle la rueda que se le caía, y subirla sobre unas tablas para salvar las carrileras y llevarla hasta la vía.
Hubo que tirar de ella con el dumper del Ayuntamiento, y Antonio, el hombre, brincando como un corzo encima de él (probad a hacerlo, a tirar de una pala de dos toneladas, que no rueda, con una rueda que se cae y sobre una vía cubierta de grava, os lo aseguramos, no es fácil).
Ya que estas labores había que hacerlas con la Mina abierta al público, aprovechábamos el tiempo viniendo a las ocho de la mañana, y… algo hay que almorzar, así que ahí estamos, echando las diez.
La explicación al título de este apartado la tenéis en las siguientes fotos.
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Empezamos con una buena limpieza de la pala, manguerazo con agua incluido, retirando tierra, grasa, óxido y pintura vieja. Quitamos lo poco que quedaba de la cadena que mueve el cazo y los trozos de mangón que aún tenía para el aire comprimido. Y lista para la pintura.
Comenzamos con pistola, con la vana esperanza de que quedase tan bien como la locomotora. Pero la chapa no quiso colaborar. La humedad y la baja temperatura de la galería hacían que la pintura no se fijase bien y que tardase mucho tiempo en secar. Además de la exuberante niebla amarilla que lo inundaba todo.
En fin, pues vuelta a la brocha de toda la vida. Se tarda un poco más que con la pistola, pero el resultado es mucho mejor.
A nuestra pala le faltan aún algunos retoques (la cadena, los muelles de los cables, las mangas de los mandos a los motores, estamos en ello), pero como podéis ver, le hemos quitado unos años de encima.
Próximo capítulo… PHILIPS, MEJORES NO HAY
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